viernes, 22 de junio de 2007

La Dama Blanca (1ª parte)


El movimiento del yari fue rápido y elegante, casi sutil, pero tremendamente eficaz y atravesó el pecho del joven sirviente con la misma facilidad con la que el cha-sen penetra en el té. Pisar una pequeña rama seca no parecía una falta grave sin embargo por su culpa el Daimio había perdido la posibilidad de hacerse con un hermoso corzo y eso resultaba imperdonable.

-Quitad a este perro de mi vista – Gritó enfurecido el gran señor y acto seguido clavó las espuelas en su negro corcel y se adentró en el bosque seguido por sus hombres.

Takeshi miró al joven Suzume y comprobó que la desmedida reacción del Daimio no solo no lo había alarmado sino que había dibujado una sonrisa en su rostro.

- Seguro que ahora nadie más nos arruina la cacería – Sentenció Suzume y se echó a reír junto a gran parte del séquito.

Takeshi tiro con fuerza del bocado forzando a su montura a detenerse mientras el resto del grupo seguía con la cacería. Cerca fluía un pequeño riachuelo y su caballo estaba sediento de modo que puso pie en tierra y lo llevó hasta las frescas y cristalinas aguas.

Su deber era servir al nuevo señor con la misma diligencia con la que había servido a su padre, el gran Kenji Minamoto, pero la tarea resultaba arto difícil porque el joven Tamada no solo carecía de las virtudes del padre sino que atesoraba un gran numero de despreciables defectos. El joven Daimio era borrachín y mujeriego, vago y desaseado pero sobretodo un completo inútil con la espada y un pésimo estratega.

- Puede darme una poco de agua – Dijo una dulce voz a su espalda mientras Takeshi desenvainaba su katana y se giraba para ver de quien se trataba.

- Tranquilízate noble samurai solo soy una pobre ciega – Dijo ella.

Takeshi enfundó su katana con un rápido y elegante movimiento, cogió el cubo de madera y el cacillo que llevaba la dama y tras llenarlo se lo entregó. Mientras la joven bebía del cacillo con una elegancia casi etérea el viejo samurai descubrió una mujer realmente hermosa, de piel blanca y aspecto frágil que vestía un elegante kimono adornado con flores de cerezo.

Cualquiera de sus compañeros habría mirado a la joven con libidinoso deseo y es posible que alguno incluso se hubiese atrevido a violentarla pero hacia años que Takeshi había hecho voto de castidad. Fue hace más de veinte años justo después de la muerte de su esposa Akiko y aunque nadie entendió que a su edad no tomase una nueva esposa y se procurase una descendencia jamás había lamentado su decisión. La carne y el amor habían desaparecido de su vida y su único objetivo desde ese día había sido perfeccionar su estilo y depurar su técnica de lucha.

Me estoy volviendo viejo pensó Takeshi mientras se rascaba la nuca sin entender porque no había oído acercarse a la frágil muchacha.

- Si no creyese en ese tipo de cosas pensaría que eres un espíritu del bosque o una bruja – Dijo el samurai mientras observaba admirado la elegante y pausada coreografía con la que la dama dejaba el cubo en el suelo y se arrodillaba sobre un lecho de secas hojas rojas.

- Por favor siéntate a mi lado – Dijo la dama retirando la manga de su fino kimono y haciendo un sutil pero cálido gesto de invitación con su mano de porcelana. Taskeshi se colocó frente a ella en seiza, una posición de descanso aparentemente sencilla que le procuraba descanso pero colocándolo en una tensión dinámica que le permitía reaccionar con presteza ante cualquier amenaza.

- Deja que pague tu amabilidad con una modesta canción – Dijo la muchacha y sacando una pequeña flauta de madera tocó la más bella melodía que jamás nadie había escuchado.

El gastado samurai cerró los ojos y se dejó llevar por las suaves notas y cuando la canción terminó y los abrió deseoso de dar las gracias por ese rato de sosiego comprobó alarmado que la dama ya no estaba. Sobre el lecho rojo solo encontró un pequeño colgante de Jade y cuando lo cogió el fuerte viento que acaba de levantarse trajo una voz cavernosa que le dijo “póntelo y te protegerá”.

-Da la cara maldito – Gritó Takeshi desenvainando la Katana y adoptando una posición defensiva para enfrentarse con el espíritu justo en el momento en el que un jabalí salía de la espesura del bosque y se dirigía iracundo hacia él.

Se trataba de un viejo pero gigantesco ejemplar que tenia el lomo encanecido y dos colmillos que parecían enormes y afilados cuchillos. Sobre su cuerpo se habían hundido más de veinte flechas y un yari quebrado asomaba en uno de sus costados.

Cualquier otro en su lugar se habría quitado de en medio pero Takeshi permaneció inmóvil hasta que noto el aliento del animal. Entonces y solo entonces dejo que el peso de su cuerpo cayese sobre su pierna derecha permitiéndole desplazase lo justo para que el animal no lo alcanzase y al mismo tiempo asestó un rápido corte circular que desgarró, hasta casi amputarla, una de las patas traseras del animal.

El viejo jabalí cayo a tierra y rodó hasta chocar con una gran roca quedando vencido y resollante. Takeshi no estaba dispuesto a que una criatura tan noble sufriese más de lo necesario y tras cambiar la katana por el wakizashi se acercó hasta él y le seccionó el cuello con un seco y eficaz movimiento.

- Takeshi ha acabado con él – Oyó gritar emocionado a Suzume que acaba de surgir del bosque seguido por Tamada y el resto de la partida. El Daimio montaba el caballo del general Ume y tenia una fea herida en su pierna derecha. No cabía duda de que el jabalí había matado a su caballo y lo había herido y esa era la causa por que habían perseguido a un animal que si bien era un hermoso trofeo resultaba inútil como alimento.

© Coronel Nathan Kurtz (JFM - 2007)
Probhibida la reproducción de este relato

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